miércoles, 26 de agosto de 2020

SOCIEDAD REBELDE Y DICTADURA INDIVIDUAL



Fabian Vinces Salazar

Perder un hijo es un dolor tan grande que no tiene nombre. Independientemente de las causas, ese aciago trance ensombrece la vida de quienes lo atraviesan. El orden natural de las cosas sería que los hijos entierren a los padres. Sin embargo, la vida a veces tuerce ese orden natural. Peor aún: las más de las veces, los humanos torcemos ese cauce normal con nuestros actos insensatos. Lo ocurrido la noche del sábado 22 de agosto en una discoteca del distrito limeño de Los Olivos es una clara muestra de ello.

Mitos urbanos

La mitología griega reúne una amplia muestra de las tragedias de la humanidad. Y todas tienen algo en común: los hombres desafían a los dioses, fantaseándose tan omnipotentes como aquellos. Ícaro es un claro ejemplo de esto.

En el mito, Dédalo e Ícaro, buscan la libertad. Padre e hijo han sido atrapados en la isla de Creta, en un laberinto construido por ellos mismos a pedido del rey Minos. Su patrón y captor paga, a su vez, una penitencia por incumplir la palabra empeñada a Poseidón, dios del mar.

Para lograr la ansiada libertad, Dédalo construye unas alas con plumas y cera de abejas; con ellas, él y su hijo emprenden vuelo. Antes de partir, el joven es advertido: “no volarás muy bajo, pues el mar mojará tus alas y no podrás retomar altura; tampoco volarás muy alto, pues el calor del sol derretirá las alas”. Impetuoso e insensato, Ícaro desoyó la instrucción paterna y -derretidas sus alas- halló la muerte en estrepitosa caída contra una isla cercana.

Tal como el mito de Ícaro, la tragedia de aquella discoteca donde fallecieron 13 personas constituye una oportunidad para reflexionar acerca de lo que representa la norma.

Recientemente, el psicólogo social Jorge Yamamoto resumió la dinámica psicosocial peruana en estos términos: “somos una sociedad en un período de adolescencia rebelde”. Esta definición ayudaría a comprender por qué constantemente los límites son cuestionados o trasgredidos.

La trasgresión se expresa de múltiples maneras. Desde la evasión tributaria de las empresas (sean pequeñas o grandes) hasta el acto de pasarse la luz roja del semáforo (como conductor o peatón), todo implica una suerte de autogol que nos impide avanzar como sociedad.

Ese autosabotaje a nivel macrosocial es lo que nos ha llevado a la cultura de la informalidad, a la precariedad laboral y a esa recurrente costumbre de optar por el mal menor en cada elección. A decir de Yamamoto, todo esto opaca lo bueno que también forma parte de nuestra impronta nacional: la solidaridad, la creatividad y la resiliencia. Lamentablemente, frente a las crisis o tragedias aflora otra vez nuestra inmadurez como sociedad y buscamos culpables en vez de generar aprendizajes.

La (falaz) libertad individual

Como los adolescentes rebeldes, gran parte de la sociedad peruana evidencia una relación conflictuada con la figura de autoridad: demanda de ella satisfacción de sus necesidades, pero a la vez la confronta y la rechaza.

Se exigen más camas UCI, pero se sigue participando de reuniones sociales o familiares. En lo ocurrido en la discoteca de Los Olivos, se acusa autoritarismo en la policía o el presidente, pero muchos incurren en la dictadura individual de hacer “lo que venga en gana”. Todos son culpables, excepto quienes infringieron la norma al estar en dicho local. Disociar responsabilidad y libertad es un artilugio de quienes hacen de las circunstancias una excusa para negar las fallas propias.

Como a los adolescentes, nos toca aprender a aceptar la realidad y renunciar a esa omnipotencia trasgresora que nos orilla a una repetición de tragedias y dolor. Como a los padres, corresponde a las autoridades reconocer los errores y enmendar la plana; esto es, reformular el modo de afrontar el impacto de la pandemia a nivel sanitario, económico y psicosocial. La estrategia no puede ser la represión sino la concientización de la población. Hoy más que nunca toca fortalecer el trabajo psicológico comunitario, tal como propuso el presidente en su último mensaje por fiestas patrias.

Independientemente de las acciones de las autoridades, debemos asumir el cambio como una responsabilidad que parte de lo individual y trasciende en la dinámica social. De no hacerlo, vendrán nuevas tragedias a engrosar la lista que hoy suma estas trece muertes a aquellas que tuvieron lugar en otros tiempos y otros escenarios, pero siempre con la trasgresión como argumento. Si no nos hacemos cargo de transformar la historia, el desarrollo social que anhelamos seguirá siendo una frustrante ilusión y los padres seguirán llorando a sus hijos como resultado de una tanática compulsión a la repetición.


Sobre el autor
-  Psicólogo clínico y terapeuta psicoanalítico con más de 15 años de experiencia clínica en el ámbito privado e institucional.
-  Capacitador en temáticas de salud mental y facilitador de talleres de desarrollo de personas y equipos de trabajo.


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