Fabian
Vinces Salazar
En una de sus
primeras declaraciones como ministra de Salud, Pilar Mazzetti confirmó lo que
hace ya algún tiempo resultaba evidente: existe un subregistro en las
estadísticas de contagios y muertes por Covid-19. El equipo multidisciplinario
a cargo de la revisión de estas cifras estima que han fallecido 17 455 personas.
No obstante, los datos reales recién se lograrían un año después de superada la
crisis sanitaria.
Cuando 17 455
deja de ser un número y se convierte en un collage de rostros, el dolor
empieza a apretar. Lamentamos cada una de las pérdidas y abrazamos a todos los
peruanos que enfrentan el complicado proceso de duelo que trae consigo esta
pandemia.
Hay,
hermanos, muchísimo que hacer
En el poema “Los nueve monstruos”, César Vallejo nos recuerda que el dolor causado
por la muerte nos devuelve a la condición de “hombres humanos” y nos
arranca de esa ilusión omnipotente de emular la divinidad, típico pecado que
-en la mitología griega- desata la furia de los dioses y da origen a todas las
tragedias del hombre.
Hoy la tragedia
se traduce en hospitales colapsados y jugarretas políticas en medio de la
crisis. Hoy el dolor se personifica en dos peruanos que han dado que hablar.
Víctima de
Covid-19, murió Mario Romero Pérez, conocido como “el ángel del oxígeno de San
Juan de Miraflores” por respetar el precio regular del oxígeno, a pesar de la
alta demanda. Quizás le toque batir sus alas junto al “ángel de la bicicleta” para que soplen buenos aires en nuestro país y
en Latinoamérica donde, a excepción de Uruguay, el nuevo coronavirus va dejando
severos estragos.
En una carpa
implementada en las afueras del hospital Honorio Delgado de Arequipa murió
Adolfo Mamani Tacuri. Días antes, vimos las imágenes de su esposa corriendo detrás
del vehículo que trasladaba al presidente Martín Vizcarra en su visita a la Ciudad
Blanca. A decir de muchos, la imagen desconsolada de Celia Capira es el ícono
de una nación desatendida por sus autoridades.
¿Qué nos dicen
las historias de estos compatriotas? La respuesta se resume en un verso del
poeta universal: “hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
Figurita
repetida
Mario Romero nos
enseñó que las decisiones individuales tienen un impacto importante sobre la
realidad que vivimos. Pensemos, entonces, qué podemos hacer para salir de la
tonalidad grisácea que muchas veces opaca nuestras posibilidades de crecer como
sociedad. Todos podemos ser héroes sin capa o ángeles sin alas, pero -sobre todo- podemos (y debemos) ser
ciudadanos comprometidos. Esta pandemia nos enseña que aquello de sumar cada
quien un granito de arena no puede ser más una alegoría.
Por otra parte,
la impotencia de Celia Capira por no llegar al presidente nos pone de cara a
una dura realidad: seguimos siendo un país presidencialista. Encontramos, pues,
que el Perú ha sido gobernado por caudillos de los más diversos colores
políticos.
La larga
historia inicia en 1963 con Fernando Belaúnde, quien fue elegido en unos turbulentos
comicios en los que participaron también Manuel Odría y Víctor Raúl Haya de la
Torre. Esta nómina de candidatos muestra una tendencia que se extiende hasta la
elección más reciente: el líder se impone sobre los partidos.
En 1968 la democracia
se interrumpió con el golpe militar encabezado por Juan Velasco Alvarado,
figura que aún hoy convoca simpatizantes. Le sucedió Francisco Morales
Bermúdez, quien -al proclamarse presidente de la Junta Militar en el llamado
“Tacnazo” de 1975- contradecía su premisa de “eliminar los personalismos” en el
poder.
Ya en 1980, el
carisma de Belaúnde se impuso nuevamente sobre la retórica del fundador de la Alianza
Popular Revolucionaria Americana (APRA). Cinco años después, Alan García,
discípulo predilecto de Haya de la Torre, fue electo presidente como
encarnación de la proclama de González Prada: “los jóvenes al poder y los
viejos a la tumba”.
En su condición
de outsider, Alberto Fujimori capitalizó las ansias de salvación de una
nación traumatizada por la hiperinflación y la amenaza de un “paquetazo
neoliberal” achacado al futuro Premio Nóbel, Mario Vargas Llosa. Alejandro
Toledo y Ollanta Humala apelaron al discurso de la reivindicación del “cholo
cobrizo”. A ambos les favoreció, también, la lógica de apostar por el “mal
menor”. Con esa misma estrategia llegaron a Palacio de Gobierno Alan García y
Pedro Pablo Kuczynski en 2006 y 2016, respectivamente.
Como bien
sabemos, Martín Vizcarra asumió la presidencia del Perú luego de la renuncia de
Kuczynski en marzo de 2018. Su gestión nos deja un aprendizaje valioso: los
gobernantes no deben hacer lo mejor que puedan, sino que tienen la obligación
de hacer lo mejor, sin atenuantes.
Lamentablemente,
la realidad es otra. Así, el balance de estos 57 años resulta ser el siguiente:
muchos nombres, pocas acciones. Diferentes personajes, mismo desenlace: un país
con demasiados pendientes, gobierno tras gobierno.
Ahora bien, estamos
en un punto clave de la historia. Convocadas ya las elecciones generales para
abril de 2021, es momento de asumir el compromiso de consolidar una democracia
real y renunciar al caudillismo que tanto daño nos ha hecho.
Aquí y
ahora
Contar con
representantes y autoridades capaces depende de una gran sinergia, en la cual
la sociedad civil tiene la responsabilidad de elegir con base en un análisis
riguroso. Por su parte, a los políticos les corresponde reconocer al país como
un fin y no como un medio. Quizás ha llegado la hora de refundar la política,
asumiendo un rol más activo desde lo individual.
Ya en otra tribuna me referí a la importancia de empoderar a la
ciudadanía para advenir como una nación realmente soberana, libre del flagelo
de la corrupción recurrente en las últimas décadas.
Recientemente la
presión ciudadana llevó a los congresistas a cambiar su posición frente a la
eliminación de la inmunidad parlamentaria. Lamentablemente, la posibilidad de
hacer historia les quedó muy grande y se refugiaron en rancias argucias.
Nosotros, los
ciudadanos, no rechacemos la oportunidad de enmendar el rumbo de la historia.
Mientras esperamos las elecciones generales del próximo año, aquí y ahora, toca
seguir cuidándonos. Seamos responsables; no nos convirtamos en un dígito más en
el saldo mortal de esta pandemia.
Comprometidos
con nuestro país, corresponde también asumir nuestro rol fiscalizador desde
todos los espacios posibles. La democracia así nos lo demanda para que el 2021 nos
halle realmente libres de taras políticas y así celebrar nuestra independencia
en toda ley.
Sobre el autor
-
Psicólogo
clínico y terapeuta psicoanalítico con más de 15 años de experiencia clínica en
el ámbito privado e institucional.
-
Capacitador
en temáticas de salud mental y facilitador de talleres de desarrollo de
personas y equipos de trabajo.
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