Fabián Vinces Salazar
Los últimos días han traído noticias de toda índole
tanto a nivel nacional como mundial: la solicitud de excarcelación (vía habeas
corpus) de Abimael Guzmán, el asesinato de George Floyd, la reaparición pública
de Anonymus y extrañas contrataciones en el Ministerio de Cultura. Todo ello en
el ámbito de lo negativo.
Sin embargo, en un intento de aportar a la salud
psicológica, me centraré en reflexionar acerca de una noticia que -afortunadamente-
ha tenido mucha repercusión en medios de comunicación y redes sociales.
Se trata del proceder ético de Luis Barsallo Montalvo,
pequeño empresario del Callao que ha optado por comercializar oxígeno
respetando el precio que este tenía antes de la emergencia sanitaria. Además,
lo hace bajo un criterio salomónico que le permite proveer a un mayor número de
personas. Su conducta, encomiable a todas luces, revela una actitud frente a la
vida que él mismo resume así: “cada uno es responsable de sus actos”.
La verdad nos hará libres
Como sabemos, responsabilidad y libertad son
conceptos que se hallan estrechamente ligados. Entonces, cabe preguntar qué
significa ser libre. Para responder esta interrogante, recurriré a una máxima de
la tradición cristiana que sugiere “estar en el mundo sin ser del mundo”.
Desde la perspectiva psicoanalítica, aquello de estar
en el mundo se traduce como insertarse en cultura a través de dos operaciones
fundamentales: aprehender las convenciones de la comunicación y generar vínculos
interpersonales. En esa lógica, ser libre implica constituirse como sujeto;
esto es, hacerse de un lugar en el entramado social, pero sin someterse a los
discursos que en él proliferan. No ser del mundo se trata, entonces, de
rescatar la subjetividad frente a los imperativos que buscan estandarizar.
Por otra parte, advenir sujeto conlleva también la renuncia
a la omnipotencia. Reconocer la imposibilidad de satisfacer a plenitud los
impulsos nos ancla en el principio de realidad. No aceptar esta lógica nos
convertiría en temerarios Ícaros volando cada vez más cerca del sol, con el
consiguiente riesgo de una estrepitosa caída.
La libertad, más que un destino, es un acontecimiento
que se actualiza constantemente. Cada día enfrentamos decisiones (mayores o
menores) en las cuales actuar con responsabilidad. La decisión comercial del
Sr. Barsallo evidenciaría que -contrario a lo que muchos piensan- el mercado no
es el problema sino el actuar irresponsable de quienes, con poca noción de bien
común, distorsionan la premisa de oferta y demanda y hacen de la especulación
una norma tácita.
El mundo no está en llamas; nosotros lo incendiamos con
nuestras acciones u omisiones. Esta es una verdad que nos librará de esperar
que sean otros quienes resuelvan problemas en los cuales seguramente podemos
aportar y así dejar de ser meros espectadores pasivos en la historia.
FOTO: AFP |
La otra cara de la moneda: exclusión y violencia
Contrario a lo ocurrido en el Callao, la muerte de
George Floyd y la figura de Abimael Guzmán nos recuerdan que la vida civilizada
es aún un proyecto en construcción que se ve severamente afectado por el
componente tanático de la naturaleza humana.
El 25 de mayo, en Minneapolis (Minnesota, EE.UU), George
Floyd murió asfixiado luego de ser intervenido por un policía de la localidad.
En esta historia, el racismo parece estar presente desde el inicio. Floyd
acudió a un almacén del cual era cliente frecuente con la intención de comprar
cigarrillos. Pagó con un billete de US$ 20, el cual -a decir del vendedor- era
falso. Siguiendo el protocolo previsto, el dependiente reportó el hecho a la
estación policial. La situación pudo concluir con el registro del incidente en
la comisaría. No obstante, el primer agente que le interviene lo hace
apuntándole con su arma reglamentaria. Luego de casi 30 minutos, otro oficial
sometió al hombre afroamericano asfixiándolo hasta causarle la muerte. Esta
acción nada tiene que ver con el principio de legítimo uso de la fuerza. En
este caso, el racismo -en tanto operación que anula al otro como sujeto- habría
sido el detonante de un desborde omnipotente sádico por parte del agente ahora
detenido y acusado de homicidio.
Similar dinámica irracional se produjo en los eventos
que sentaron el acta de nacimiento del terrorismo en el Perú. El 17 de mayo de
1980, en Chuschi (Ayacucho), Sendero Luminoso atacó la localidad para quemar
las ánforas provistas para realizar los comicios que devolverían al Perú a la
democracia luego de 12 años de dictadura militar. Este acto representa el
ataque a la expresión de la voluntad popular. Dicho atentado perpetrado por los
subordinados de Abimael Guzmán mostró su afán de imponerse mediante la
violencia, desconociendo la libertad de los peruanos. Los asesinatos selectivos
y los secuestros en las denominadas “cárceles del pueblo” del Movimiento
Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) califican también como una violación de los
derechos individuales y la soberanía nacional. En ambos casos, se trata de
terrorismo puro y duro; de ninguna manera puede hablarse de lucha armada al
referirse a ambos movimientos.
La libertad a nivel social se llama democracia y
estado de derecho. El contrato social supone que la ley se aplique para todos,
incluyendo a quienes la ejercen. Por ello, se proscribe todo abuso de autoridad
del mismo modo que se sancionan los actos subversivos. La brutalidad policial
es tan repudiable como el terrorismo, en tanto ambos atentan contra las
libertades civiles.
Ganar en eternidad
Es probable que, como ya ha ocurrido antes, el olvido
cubra los eventos negativos aquí reseñados. Lamentablemente, ello significará repetir
escenas como las registradas en Minnesota y hallar personas que romanticen la
violencia terrorista denominándola “lucha popular”. Es nuestra responsabilidad
preservar la memoria y fomentar un cambio desde lo inmediato. Somos todos
responsables de luchar contra el autoritarismo y el totalitarismo. Solo así nos
haremos libres.
También tenemos la responsabilidad de replicar actos
nobles como el de Luis Barsallo, pues es así como se trasciende: generando un
efecto positivo en los demás. En tanto su ejemplo se traduzca en enseñanza,
habrá posibilidad de transformar el mundo en un espacio de inclusión y
encuentro.
A modo de conclusión, debemos enfatizar que nos
corresponde promover el bien común, sin afanes de vanidad. Así, parafraseando
“La copla” de Manuel Machado, debemos procurar que nuestros buenos actos vayan
al pueblo a parar, “que, al fundir el corazón en el alma popular, / lo que se
pierde de nombre, se gana de eternidad”.
Sobre el
autor
-
Psicólogo
clínico y terapeuta psicoanalítico con más de 15 años de experiencia clínica en
el ámbito privado e institucional.
-
Capacitador
en temáticas de salud mental y facilitador de talleres de desarrollo de
personas y equipos de trabajo.
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