martes, 20 de julio de 2021

EL LÁPIZ Y LA PISTOLA

 



Fabian Vinces Salazar

 

Empecemos por el final: a trancas y barrancas, nuestro (precario) sistema democrático ha resistido. Se ha proclamado ya al presidente electo. Hoy se llama Pedro Castillo Terrones; hace apenas 41 años, se llamó Fernando Belaunde Terry. Apenas 41 años.

 

Gracias al sistema democrático, el Perú ha elegido en las urnas a sus presidentes de forma ininterrumpida desde hace 41 años. Toda una hazaña, si consideramos que previo a ese período, la democracia se vio truncada en dos ocasiones: 1962 y 1968.

 

Que doscientos años no es nada

 

Esta elección tuvo de fondo una crisis sanitaria y de antecedente, una de las mayores crisis políticas de nuestra historia republicana. Desde 2016, las tensiones entre los poderes legislativo y ejecutivo dejaron como saldo una suerte de fría guerra civil que evidenció lo poco que hemos madurado como nación, toda vez que la democracia siempre estuvo en la lista de heridos graves.

 

El resultado de la elección en primera vuelta reflejó que nuestro país está hecho de pequeñas fracciones que solo saben sumarse con los que hallan similares. Doscientos años después del nacimiento de la República, no somos capaces de conjugar en primera persona plural: nosotros, los peruanos.

 

Fue así como llegamos a la segunda vuelta y, de pronto, la franja que siempre cruzó la camiseta nacional se convirtió en una zanja que dividía a los peruanos, estableciendo la lógica de “los unos contra los otros”. El debate dejó de ser tal y nos encontramos ante la amenaza de un discurso totalitario en uno y otro candidato. La actitud mesiánica asumida tanto por Pedro Castillo como por Keiko Fujimori se tradujo en “solo mi opción es válida”. En esta retórica, como decía Sartre, el infierno siempre es el otro. Este modo maniqueo de ver las cosas es un riesgo para la libertad y la democracia.

 

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Presa y sorpresa

 

Durante toda la campaña e incluso luego de conocerse los resultados de la segunda votación, Pedro Castillo construyó un discurso demagógico, en el cual la palabra “pueblo” sirvió como excusa perfecta tanto para sostener aspiraciones ideológicas reñidas con las libertades civiles y económicas como para evadir propuestas concretas de lo que hará una vez que se ciña la banda presidencial.

 

En política todo comunica; es una cuestión de semiótica. Cada gesto, cada palabra, cada silencio traduce un sentido, una intención. Con base en esta premisa, tanto Pedro Castillo como Keiko Fujimori buscaron construir una noción de cercanía con el elector.

 

En el tramo final de la campaña, Keiko Fujimori lejos de identificarse con el ciudadano común, se convirtió en blanco de duras críticas por ser percibida como favorecida por un mal disimulado monopolio de la cobertura de los medios de comunicación tradicionales.

 

En un video publicitario, Fujimori se presentaba como una ama de casa preocupada por el inminente aumento del precio de víveres que traería el gobierno de izquierda radical de Pedro Castillo. Sin embargo, el spot repercutió negativamente por un detalle: Keiko Fujimori añadía una presa cruda a la olla en la que cocinaría arroz con pollo, yendo en contra del canon de la (sacrosanta) gastronomía peruana que manda que esta debe sofreírse previamente.

 

Un detalle cambió el tono de la comunicación y -quizás- sin saberlo, el curso de la elección. Amarga sorpresa se llevó en el conteo rápido de Ipsos la candidata que la noche del 10 de abril -con base en las encuestas disfrazadas de menú- se veía ya como la primera presidente del Perú.

 

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La caja bo(m)ba

 

En nuestro país, la radio y la televisión siguen siendo medios de alto impacto, por lo que sus acciones u omisiones influyen significativamente en el discurso social. Desde hace varios años, la televisión de señal abierta ha dado más espacio al espectáculo que a los hechos, a la par que sus figuras esgrimen opiniones como verdades. La receta parece ser circo y posverdad.

 

Tal como pasó con Ollanta Humala en la elección de 2011, Pedro Castillo fue relegado en la cobertura de las cadenas de televisión nacional. ¿Acaso ese desdén traducía cierto temor?

 

Keiko Fujimori. Un set de televisión. Sobre la mesa, un lápiz. El entrevistador agita nerviosamente su mano, indicando cambiar la toma para que el susodicho lápiz quede fuera de encuadre. Una vez más: todo comunica.

 

Cabe preguntar, entonces: ¿qué significa presentar una pistola y dirigirse a un ministro en tono sarcástico y amenazante durante una transmisión televisiva en vivo? Para quienes dicen que no era un arma real sino una réplica, recordemos que cada signo comunica algo y que toda puesta en escena traduce una intención. Por ello, tampoco resulta inocuo el acto de blandir machetes por las calles del centro de Lima luego de anunciada la victoria de Castillo en los comicios.

 

En ambos casos, se trata de la representación de una confrontación violenta que amenaza el estado de derecho, ese sistema que salvaguarda nuestras libertades y asegura que todos seamos reconocidos como ciudadanos.

 

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Primera persona plural

 

Por aquello de la compulsión a la repetición tan propia de la naturaleza tanática que Freud atribuyó al humano, los peruanos enfrentamos nuevamente un escenario de tensiones entre el legislativo y el ejecutivo.

 

Se ha montado una muy primaria representación de la lucha por el poder atravesada por los fantasmas de la vacancia presidencial, el golpe de estado, el descalabro económico, el descarte de la constitución y otros monstruos que avanzan y pisan fuerte en medio de una pandemia que a la fecha ha cobrado la vida de casi 200 mil peruanos. Ellos, usted y yo somos una sola palabra: nosotros. Nosotros, los peruanos.

 

Nosotros sumamos, a pesar de las diferencias. Sin mirarnos los colores políticos, usted propone y yo ejerzo una ciudadanía vigilante; y también viceversa. Si la causa es justa, yo defiendo la suya y usted, la mía. Hoy más que nunca, nos toca demostrar que el Perú es más grande que sus adversidades. Celebremos el bicentenario de nuestra independencia apelando por la libertad, aquella que nos reconoce a todos como ciudadanos, garantizando el estado de derecho.

 

Citando a Winston Churchill: “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. La democracia llevó a Pedro Castillo a Palacio de Gobierno. Ahora, como presidente, le corresponde someterse a la ley. Señor presidente: si así no lo hiciere, la nación se lo demandará. Palabra de peruanos.

 

 

Sobre el autor

-       Psicólogo clínico y psicoterapeuta psicoanalítico con estudios de maestría en psicología clínica y de la salud.

-       Cuenta con más de 15 años de experiencia clínica en el ámbito privado e institucional; además, es capacitador en temáticas de salud psicológica.