Fabian Vinces
Salazar
Empecemos por el final: a trancas y
barrancas, nuestro (precario) sistema democrático ha resistido. Se ha
proclamado ya al presidente electo. Hoy se llama Pedro Castillo Terrones; hace
apenas 41 años, se llamó Fernando Belaunde Terry. Apenas 41 años.
Gracias al sistema democrático, el
Perú ha elegido en las urnas a sus presidentes de forma ininterrumpida desde
hace 41 años. Toda una hazaña, si consideramos que previo a ese período, la
democracia se vio truncada en dos ocasiones: 1962 y 1968.
Que doscientos años no
es nada
Esta elección tuvo de fondo una
crisis sanitaria y de antecedente, una de las mayores crisis políticas de
nuestra historia republicana. Desde 2016, las tensiones entre los poderes legislativo
y ejecutivo dejaron como saldo una suerte de fría guerra civil que evidenció lo
poco que hemos madurado como nación, toda vez que la democracia siempre estuvo en
la lista de heridos graves.
El resultado de la elección en
primera vuelta reflejó que nuestro país está hecho de pequeñas fracciones que
solo saben sumarse con los que hallan similares. Doscientos años después del
nacimiento de la República, no somos capaces de conjugar en primera persona
plural: nosotros, los peruanos.
Fue así como llegamos a la segunda
vuelta y, de pronto, la franja que siempre cruzó la camiseta nacional se
convirtió en una zanja que dividía a los peruanos, estableciendo la lógica de “los
unos contra los otros”. El debate dejó de ser tal y nos encontramos ante la
amenaza de un discurso totalitario en uno y otro candidato. La actitud
mesiánica asumida tanto por Pedro Castillo como por Keiko Fujimori se tradujo
en “solo mi opción es válida”. En esta retórica, como decía Sartre, el infierno
siempre es el otro. Este modo maniqueo de ver las cosas es un riesgo para la
libertad y la democracia.
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Presa y sorpresa
Durante toda la campaña e incluso
luego de conocerse los resultados de la segunda votación, Pedro Castillo
construyó un discurso demagógico, en el cual la palabra “pueblo” sirvió como
excusa perfecta tanto para sostener aspiraciones ideológicas reñidas con las
libertades civiles y económicas como para evadir propuestas concretas de lo que
hará una vez que se ciña la banda presidencial.
En política todo comunica; es una
cuestión de semiótica. Cada gesto, cada palabra, cada silencio traduce un
sentido, una intención. Con base en esta premisa, tanto Pedro Castillo como
Keiko Fujimori buscaron construir una noción de cercanía con el elector.
En el tramo final de la campaña,
Keiko Fujimori lejos de identificarse con el ciudadano común, se convirtió en blanco
de duras críticas por ser percibida como favorecida por un mal disimulado
monopolio de la cobertura de los medios de comunicación tradicionales.
En un video publicitario, Fujimori
se presentaba como una ama de casa preocupada por el inminente aumento del
precio de víveres que traería el gobierno de izquierda radical de Pedro Castillo.
Sin embargo, el spot repercutió negativamente por un detalle: Keiko
Fujimori añadía una presa cruda a la olla en la que cocinaría arroz con pollo, yendo
en contra del canon de la (sacrosanta) gastronomía peruana que manda que esta
debe sofreírse previamente.
Un detalle cambió el tono de la
comunicación y -quizás- sin saberlo, el curso de la elección. Amarga sorpresa
se llevó en el conteo rápido de Ipsos la candidata que la noche del 10 de abril
-con base en las encuestas disfrazadas de menú- se veía ya como la primera
presidente del Perú.
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La caja bo(m)ba
En nuestro país, la radio y la
televisión siguen siendo medios de alto impacto, por lo que sus acciones u
omisiones influyen significativamente en el discurso social. Desde hace varios años,
la televisión de señal abierta ha dado más espacio al espectáculo que a los
hechos, a la par que sus figuras esgrimen opiniones como verdades. La receta
parece ser circo y posverdad.
Tal como pasó con Ollanta Humala en
la elección de 2011, Pedro Castillo fue relegado en la cobertura de las cadenas
de televisión nacional. ¿Acaso ese desdén traducía cierto temor?
Keiko Fujimori. Un set de
televisión. Sobre la mesa, un lápiz. El entrevistador agita nerviosamente su
mano, indicando cambiar la toma para que el susodicho lápiz quede fuera de
encuadre. Una vez más: todo comunica.
Cabe preguntar, entonces: ¿qué
significa presentar una pistola y dirigirse a un ministro en tono sarcástico y
amenazante durante una transmisión televisiva en vivo? Para quienes dicen que no
era un arma real sino una réplica, recordemos que cada signo comunica algo y
que toda puesta en escena traduce una intención. Por ello, tampoco resulta inocuo el acto
de blandir machetes por las calles del centro de Lima luego de anunciada la
victoria de Castillo en los comicios.
En ambos casos, se trata de la
representación de una confrontación violenta que amenaza el estado de derecho, ese
sistema que salvaguarda nuestras libertades y asegura que todos seamos
reconocidos como ciudadanos.
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Primera persona plural
Por aquello de la compulsión a la
repetición tan propia de la naturaleza tanática que Freud atribuyó al humano, los
peruanos enfrentamos nuevamente un escenario de tensiones entre el legislativo
y el ejecutivo.
Se ha montado una muy primaria
representación de la lucha por el poder atravesada por los fantasmas de la
vacancia presidencial, el golpe de estado, el descalabro económico, el descarte
de la constitución y otros monstruos que avanzan y pisan fuerte en medio de una
pandemia que a la fecha ha cobrado la vida de casi 200 mil peruanos. Ellos,
usted y yo somos una sola palabra: nosotros. Nosotros, los peruanos.
Nosotros sumamos, a pesar de las
diferencias. Sin mirarnos los colores políticos, usted propone y yo ejerzo una
ciudadanía vigilante; y también viceversa. Si la causa es justa, yo defiendo la
suya y usted, la mía. Hoy más que nunca, nos toca demostrar que el Perú es más
grande que sus adversidades. Celebremos el bicentenario de nuestra
independencia apelando por la libertad, aquella que nos reconoce a todos como
ciudadanos, garantizando el estado de derecho.
Citando a Winston Churchill: “la
democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”. La
democracia llevó a Pedro Castillo a Palacio de Gobierno. Ahora, como
presidente, le corresponde someterse a la ley. Señor presidente: si así no lo
hiciere, la nación se lo demandará. Palabra de peruanos.
Sobre el autor
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Psicólogo clínico y
psicoterapeuta psicoanalítico con estudios de maestría en psicología clínica y
de la salud.
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Cuenta con más de 15
años de experiencia clínica en el ámbito privado e institucional; además, es
capacitador en temáticas de salud psicológica.